Hace unos días mientras paseaba pensando en cómo organizar el recorrido para aprovechar al máximo las pocas horas que quedaban hasta el cierre de los comercios, me encontré con un viejo conocido. “¡¿Qué tal?! ¡¿Qué ilusión volverte a ver?!” le dije. Su respuesta no fue, que digamos, efusiva. Estaba cansado, con los ojos caídos y su sonrisa… tímidamente inapreciable. Cuando me puso en situación, cuando me contó en pocas palabras qué le ocurría, comprendí la conexión entre su vivencia y su apariencia. Tiempos complicados, momentos exigentes y situaciones que, desafortunadamente, sobrepasaban sus límites. “Ya no tengo objetivos en la vida…”, me dijo. Tras despedirnos, y seguir con mi paseo no pude para de pensar en esa frase, pero sobretodo en cómo la comunicó. En alguna que otra ocasión, he oído formular la afirmación de no saber qué objetivo se tiene, pero una brutal afirmación de No tener objetivos, difícilmente. La diferencia entre no saber y no tener recae, a mi parecer, en que en la primera forma siempre hay un mensaje detrás de esperanza, de búsqueda; en el segundo… no. Eso me inquieto y hizo cuestionarme, desde la sinceridad, el para qué necesitamos objetivos en nuestra vida.

¿Cuándo un deseo pasa a ser considerado un objetivo? Cuando ese deseo responde a una necesidad para nuestro desarrollo, decidimos comprometernos con esa meta y establecemos un plan de acción para lograrlo.

Creo que todos estaremos de acuerdo que la vida es un viaje a la cima de una montaña. Hay quienes saben qué montaña quieren subir y ven fácilmente el camino por el que están dispuestos a trazar su ruta. Los hay que, sin saber muy bien si esa es su montaña, se apuntan a la expedición anhelando contemplar las vistas que tendrán, confiando en la compañía y intuyendo que sus cualidades les acompañarán en todo momento. Pero los hay que, desde la llanura, observan a su alrededor, analizando montaña a montaña, previendo las posibles vistas, estudiando las recompensas y valorando la relación dificultad-esfuerzo para no caer en el “inadmisible” error de tener que abandonar a medio camino.

No todos sabemos, al mismo ritmo, qué queremos; al igual que no todos somos conscientes de todo aquello que llevamos en nuestra mochila… muchas veces, ni siquiera repasamos las provisiones y damos por hecho que ahí dentro hay “algo” que nos puede ser de utilidad. ¿No sería mejor abrir la mochila y saber con lo que contamos antes, durante y después del viaje? ¿Por qué nos cuesta tanto identificar nuestras provisiones para el viaje? Seguramente, quedaríamos asombrados de todo aquello que tenemos en ella cuando empezamos (nacemos) y de las pocas cosas que utilizamos, muchas de ellas en período de enmohecimiento o de oxidación.

Y ¿para qué necesitamos los objetivos en nuestra mochila? Los objetivos nos ayudan a orientarnos, a activarnos, a desarrollarnos, en definitiva, a buscar y determinar nuestra ruta. Son nuestra proyección de mejora al futuro partiendo de un aquí y ahora. Son los responsables de unir nuestra parte analítica con la emocional, nuestras habilidades de comunicación con nuestros valores para responder con creatividad a una intuición y, por último, inundar de energía nuestra ilusión y confianza.

Todos tenemos objetivos: comer, jugar, dormir, estudiar, … hasta objetivos más concretos: “quiero levantarme cada día, sentir que trabajo en lo que quiero y que reconozcan mis aportaciones” o “quiero mejorar la relación con mi pareja” o “quiero comprometerme con una rutina para mejorar mi salud”. En general los objetivos se mantienen constantes durante varios años, ahora bien, esto no quiere decir que sean o tengan que ser rígidos, definitivos e inmovibles. En nuestras manos está, de la misma forma que los generamos y los creamos, comprobar periódicamente si siguen teniendo sentido y si responden a lo que uno quiere/puede y, sobretodo, si lo permiten las circunstancias en la situación actual. Si no realizamos esta fase de análisis y de estudio, pueden perder el sentido que tenían, dificultar nuestro día a día y, en ocasiones, llegar a paralizarnos. Aunque no sólo basta con reconocerlos y comprobar su viabilidad; pues sin un plan de acción y una posterior activación, de nada nos servirán.

Para ello, y como únicos responsables, debemos ser conscientes y estar dispuestos a:

  • Comprometernos con sinceridad y responsabilidad
  • Aceptar la flexibilidad de nuestros objetivos
  • Adaptarlos de forma justificada a nuestros intereses
  • Analizar sus costes y sus beneficios
  • Asumir y afrontar riesgos
  • Ser conscientes de que deberemos sacrificar o dejar en un segundo plano
  • Darnos la oportunidad del error
  • Saber ganar, pero también saber perder
  • Recordar que todos tenemos nuestro proceso y nuestra forma de entender la vida

Y, ¿cómo deben ser estos objetivos para que puedan ser accesibles dentro de nuestras capacidades y teniendo en cuenta nuestra situación y nuestro entorno?

SMART & GROW

Tenemos dos métodos que nos pueden ayudar:

El Método SMART, que nos ayudará a definir el objetivo

  • ESPECÍFICO: Cuanto más específico sea el objetivo mayor serán las probabilidades de logro pues podremos establecer mejor los medios y las acciones. Debemos preguntarnos: qué, por qué, para qué, cómo, dónde, cuánto y cuándo.
    • “Quiero mejorar mi salud” no es específico.
    • “Quiero comprometerme 1h al día con una rutina de ejercicios para mejorar mi salud a partir de mañana.” sí lo es.
  • MEDIBLE: Preciso, confiable, universal y completo. Esta característica nos permitirá evaluar si estamos cumpliendo o no de manera objetiva con el objetivo.
  • ALCANZABLE: Cómo actuaremos. El objetivo debe obligarnos a salir de nuestra “zona de confort” sin que sea imposible. Debemos cuestionarnos aspectos como: ¿Tengo las habilidades necesarias para alcanzar mi meta o las podría desarrollar?
  • RELEVANTE Y REALISTA: Los beneficios que obtengamos deben ser significativos e importantes. El objetivo debe estar respaldado por nuestros valores y recursos y en sintonía con nuestra visión del mundo.
  • TIEMPO DETERMINADO: Temporizar siempre nos exige más. Poner fechas, hace que no perdamos tiempo y nos permite evaluar cómo vamos en lo que planificación se requiere. Fijar adecuadamente la planificación temporal será la diferencia entre motivación y estrés/frustración.

El método GROW, nos ayudará a identificar si está en nuestras manos y si es relevante para nosotros.

  • OBJETIVO: mediante el método SMART.
  • REALIDAD: Se debe describir la situación actual, en cuanto a situación fuera de nuestro alcance (panorama social, conyugal, económico…) y a nuestra situación interna (aptitudes, fortalezas, debilidades,…) es decir, todas aquellas cuestiones que favorecen o dificultan el logro del objetivo.
  • OPCIONES: No todo es blanco o negro, hay tantas opciones como formas diferentes de pensar. Es importante tener una visión amplia y abierta para poder ver las posibles opciones y elegir aquella que más se ajuste a nosotros.
  • VOLUNTAD/COMPROMISO: en el plan de acción detallado que hemos creado.
Método GROW ©DO_Sinergia Coaching

Con todo ello, puede que nos sea más fácil conseguir nuestro objetivo; lo que seguramente sí pasará es que, a lo largo del proceso, habremos crecido interiormente. Creo, que siempre hay alguna montaña por subir ya sea Himalaya o colina. A pesar de nuestra situación, de nuestra falta de energía y motivación… allá, a lo lejos… siempre habrá un deseo esperando a ser convertido en objetivo, y consecuentemente este anhelará ser un logro.